El Nuevo Testamento engloba la semana setenta
por Diac Gonzalez
El NT inicia con el Evangelio de Mateo, narrando el
nacimiento del Mesías-Rey, y termina con el libro de Apocalipsis, escrito un
poco antes de la destrucción de Jerusalén y el templo de Herodes en el año 70 d.C. Los Evangelios relatan los sucesos acaecidos en la primera
mitad de la semana setenta (70), es decir entre el 27 y el 31 d.C. Estos
sucesos envuelven el ministerio de Juan el Bautista (el Elías enviado), y el de Jesús (el Mesías-Rey), su muerte, sepultura
y resurrección.
Los Hechos de los apóstoles relatan lo sucedido en la
segunda mitad de la semana 70 y obras posteriores de los apostoles. Comienza con la ascensión del Mesías-Rey justo en la mitad de la semana
setenta (70), luego sigue su relato de la muerte de Esteban ocurrida el año 34
d.C. Este hecho abominable marcó el final de la semana setenta (70), y el
comienzo de lo que Jesús denominó como principio de dolores para la nación
judía. Los acontecimientos relatados en el libro de los Hechos terminan en el
gobierno del emperador Nerón[1],
unos pocos años antes de caer el juicio de Dios sobre la nación judía, poniendo
fin a la era judaica.
Como en
ninguno de los 27 libros aparece esta destrucción consumada, concluimos que todos estos fueron escritos antes del
año 70 d.C., fecha de la mencionada destrucción. Es imposible que alguno de
estos libros (incluido el de Apocalipsis) haya sido escrito después del año 70
d.C., y no se mencione el cumplimiento de la profecía más específica y
terrorífica del Mesías-Rey: La destrucción de Jerusalén y su templo y el fin de
la era judaica.
Aunque no se
enseñe ni se reconozca, y erróneamente se tenga por futura la semana
setenta de Daniel (9:24-27), para sorpresa del cristianismo, lo cierto
es que el NT relata principalmente los acontecimientos que engloba esta
profecía, y termina un poco antes de la destrucción de Jerusalén como ciudad
santa, y del fin de Israel[2]
como pueblo de Dios e instrumento del Reino de Dios, como lo predijo el mismo
Jesús: “Por tanto os digo, que el reino
de Dios será quitado de vosotros [la nación judía], y será dado a gente [la
iglesia] que produzca los frutos de él” (Mt 21:43). “¿Qué,
pues, hará [Dios] el señor de la viña? Vendrá [en juicio], y destruirá a los
labradores [la nación judía], y dará su viña a otros [la iglesia]” (Mr 12:9).
La
siguiente cita de la versión Torres Amat no deja lugar a
dudas: “Y después de las sesenta y dos semanas se
quitará la vida al Mesías; y no será más suyo el pueblo [judío], el cual le
negará” (Dn 9:26 - TA). Sabemos que los judíos (a través de Poncio Pilato[3]) le
quitaron la vida al Mesías, y después de haberle
negado, dejaron de ser pueblo de Dios: “Era la preparación
de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí
vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo:
¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No
tenemos más rey que César.” (Jn 19:14-15)
Acerca
de este suceso tenemos un comentario muy acertado de William Barclay: “Para lograr la muerte de Jesús, los judíos
negaron todos sus principios. Llegaron hasta el colmo cuando dijeron: «¡No
tenemos más rey que el César!» Samuel le había
dicho al pueblo de Israel que Dios era su único Rey (1S 12:12). Cuando le
ofrecieron la corona a Gedeón, contestó: «Ni yo seré el que os gobierne, ni mi
hijo; el Señor será el único que os gobernará» (Jue 8:23). Cuando los romanos llegaron por primera vez a
Palestina, tomaron un censo para organizar los impuestos que tendrían que pagar
como pueblo sometido; y se produjo la rebelión más sangrienta, porque los
judíos insistían en que Dios era su único Rey, y a Él sería al único que
pagarían tributo. Cuando el líder judío proclamó ante Pilato: «¡No tenemos más
rey que el César!» fue la más alucinante volte face de
la Historia. El solo oírlo debe de haber dejado a Pilato sin aliento, y
seguramente se los quedaría mirando medio alucinado y medio divertido. Los
judíos estaban dispuestos a renegar de todos sus principios con tal de eliminar
a Jesús. Es un cuadro horrible. El odio de los judíos los convirtió en una
enloquecida chusma de fanáticos y frenéticos vociferadores. En su odio
olvidaron toda misericordia, todo sentido de proporción, toda justicia, todos
sus principios, hasta a Dios. Nunca en toda la Historia de la humanidad se
mostró más claramente la locura del odio.” (Comentario de Jn 18:28-19:26, William Barclay[4]).
En
sus corazones, y en forma individual,
los judíos ya habían renunciado al Mesías-Rey, pero se amplía el rechazo en
forma nacional cuando ellos presentan
al Mesías
ante el Sanedrin (el máximo tribunal que representaba
la nación judía), y luego ante Pilato (representante del imperio romano en
Palestina), y expresan a viva voz: “no tenemos más rey
que el Cesar”. Simplemente la nación pronuncia su propia
sentencia de muerte y destrucción. De esa forma la nación de Israel
rompió el pacto, se desligó de Dios, de su Mesías, y por ende de su Reino. En
la actualidad, cualquier israelita que en forma individual se convierta a
Jesucristo, entra a formar parte del Reino de Dios, pero Israel como nación ya
no puede volver a entrar a ser portador del Reino porque este fue dado a otra
nación: La iglesia universal o cuerpo de Cristo:
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.
(1Co 12:27).
De
manera que en la actualidad, Israel es una nación igual que cualquier otra, con
sus gobernantes, parlamento y leyes, pero sin los privilegios que tenia en la
antigüedad, cuando el Reino de Dios estaba en ella. La nación de Israel ya no
es ese “especial tesoro” de Dios de
tiempos antiguos: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra.” (Éx 19:5). Si analizamos
esta cita bíblica veremos que esta es una promesa
condicionada como casi todas las promesas de Dios. Le dice a la nación que si oyen su voz y guardan su pacto, entonces serán su especial tesoro
por encima de todas las naciones del mundo. Pero, al contrario, se infiere que
si no dan oído a su voz ni guardan su pacto, entonces no podrían ser ese especial tesoro de Dios. Esto se aclara un poco
más con las siguientes citas:
“Pero vosotros no creéis, porque no sois de
mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen” (Jn
10:26-27)
“Yo hablo
lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de
vuestro padre…. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre…. ¿Por qué no
entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” (Jn 8:38, 41, 43, 44)
DG
[1] Nerón,
Quinto emperador de Roma (Hch 25:12; 26:32; Fil 4:22). Hijo adoptivo de Claudio,
accedió al trono haciendo envenenar a su medio hermano Británico. Nerón fue un
hombre que en el inicio de su reinado se presentó de una manera moderada y
prudente, pero que después reveló un carácter sanguinario y cruel. En el año
décimo de su reinado, el 64 d.C., estalló el gran incendio de Roma, que
destruyó casi completamente tres de los catorce distritos de la ciudad; se
acusó al emperador de que él había sido quien había dado la orden de provocar
el incendio. Para disculparse, Nerón acusó a los cristianos, condenando a gran
número de ellos a suplicios atroces. La tradición señala que Pablo
y Pedro estuvieron entre los mártires. Nerón es el «león»
de 2Ti 4:17. Abandonado por sus tropas y sabiéndose perdido, se quiso suicidar,
pero, no consiguiéndolo, pidió a uno de sus defensores que lo rematara. Nerón
murió en el año 68 d.C., en el año catorce de su reinado, y a los treinta y dos
años de edad. DBVE
[2] Israel.
Se han usado distintos nombres para describir el territorio dentro del cual
ocurrió la mayoría de los sucesos bíblicos. El nombre más antiguo, Canaán (Gn
10:19; 12:6), se deriva del pueblo que originalmente lo ocupó, los cananeos.
Más adelante, Dios dio esta tierra a su pueblo escogido, Israel, y fue llamada
por ese nombre. Después de la muerte de Salomón, la nación se dividió en las
diez tribus del norte que retuvieron el nombre Israel (o Efraín) y el reino del
sur que se llamó Judá. Años más tarde los romanos dividieron el territorio en
las provincias de Judá, Samaria y Galilea.
Finalmente, alrededor del siglo V d.C., la tierra de la Biblia fue llamada
Palestina, palabra que originalmente significaba “tierra de los filisteos” y que se refería al pueblo que una vez
viviera a lo largo de la costa sudeste. La arqueología ha demostrado que esta
tierra fue poblada en los tiempos más primitivos. Jericó, por ejemplo, es la
ciudad más antigua del mundo que ha sido habitada continuamente hasta el día de
hoy. MH
[3] Pilato. Poncio Pilato era romano,
de la orden ecuestre, o sea la clase media alta; no se conoce su praenomen,
pero su nomen, Poncio, sugiere que era de origen samnita, y su cognomen,
Pilato, puede haber provenido de antepasados militares. Poco sabemos de su
carrera antes del año 26 d.C., pero en ese año (véase P. L. Hedley en Journal
of Theological Studies 35, 1934, pp. 56–58) el emperador Tiberio
lo nombró quinto praefectus (heµgemoµn, Mt 27:2, etc.; el mismo título se
aplica a Félix en Hch 23 y a Festo en Hch 26) de Judea. En 1961 se encontraron
pruebas de este título en una inscripción en Cesarea, y E. J. Vardaman (JBL
Journal of Biblical Literature 88, 1962, pp. 70) piensa que se empleó este
título en los primeros años de Pilato, pero que fue remplazado por el de
procurator (el título usado por Tácito y Josefo) posteriormente. De acuerdo con
un cambio de política del senado (en 21 d.C., Tácito, Anales 3. 33–34) Pilato
llevó consigo a su esposa (Mt 27:19). Como procurador ejerció un control total
sobre la provincia, y estuvo a cargo del ejército de ocupación (1 ala—alrededor
de 120 hombres—de caballería, y 4 ó 5 cohortes—entre 2.500–5.000 hombres—de
infantería) apostado en Cesarea, con una guarnición en Jerusalén en la
fortaleza Antonia. El procurador tenía plenos poderes
de vida y muerte, y podía dejar sin efecto sentencias capitales decretadas por
el sanedrín,
que tenía que pedirle su ratificación. También nombraba a los sumos sacerdotes, y controlaba el templo y sus fondos: hasta las
vestiduras del sumo sacerdote se hallaban bajo su custodia, y solamente se les
dejaba llevarlas durante las festividades, época en la que el procurador
residía en Jerusalén y traía tropas adicionales para patrullar la ciudad. NDBC
[4] Libro Palabras Griegas del Nuevo Testamento,
de William Barclay
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