viernes, 4 de abril de 2014

El Nuevo Testamento engloba la semana setenta

El Nuevo Testamento engloba la semana setenta
por Diac Gonzalez

El NT inicia con el Evangelio de Mateo, narrando el nacimiento del Mesías-Rey, y termina con el libro de Apocalipsis, escrito un poco antes de la destrucción de Jerusalén y el templo de Herodes en el año 70 d.C. Los Evangelios relatan los sucesos acaecidos en la primera mitad de la semana setenta (70), es decir entre el 27 y el 31 d.C. Estos sucesos envuelven el ministerio de Juan el Bautista (el Elías enviado), y el de Jesús (el Mesías-Rey), su muerte, sepultura y resurrección.

Los Hechos de los apóstoles relatan lo sucedido en la segunda mitad de la semana 70 y obras posteriores de los apostoles. Comienza con la ascensión del Mesías-Rey justo en la mitad de la semana setenta (70), luego sigue su relato de la muerte de Esteban ocurrida el año 34 d.C. Este hecho abominable marcó el final de la semana setenta (70), y el comienzo de lo que Jesús denominó como principio de dolores para la nación judía. Los acontecimientos relatados en el libro de los Hechos terminan en el gobierno del emperador Nerón[1], unos pocos años antes de caer el juicio de Dios sobre la nación judía, poniendo fin a la era judaica.

Como en ninguno de los 27 libros aparece esta destrucción consumada, concluimos que todos estos fueron escritos antes del año 70 d.C., fecha de la mencionada destrucción. Es imposible que alguno de estos libros (incluido el de Apocalipsis) haya sido escrito después del año 70 d.C., y no se mencione el cumplimiento de la profecía más específica y terrorífica del Mesías-Rey: La destrucción de Jerusalén y su templo y el fin de la era judaica.

Aunque no se enseñe ni se reconozca, y erróneamente se tenga por futura la semana setenta de Daniel (9:24-27), para sorpresa del cristianismo, lo cierto es que el NT relata principalmente los acontecimientos que engloba esta profecía, y termina un poco antes de la destrucción de Jerusalén como ciudad santa, y del fin de Israel[2] como pueblo de Dios e instrumento del Reino de Dios, como lo predijo el mismo Jesús: Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros [la nación judía], y será dado a gente [la iglesia] que produzca los frutos de él (Mt 21:43). ¿Qué, pues, hará [Dios] el señor de la viña? Vendrá [en juicio], y destruirá a los labradores [la nación judía], y dará su viña a otros [la iglesia]” (Mr 12:9).

La siguiente cita de la versión Torres Amat no deja lugar a dudas: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías; y no será más suyo el pueblo [judío], el cual le negará” (Dn 9:26 - TA). Sabemos que los judíos (a través de Poncio Pilato[3]) le quitaron la vida al Mesías, y después de haberle negado, dejaron de ser pueblo de Dios: “Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César.” (Jn 19:14-15)

Acerca de este suceso tenemos un comentario muy acertado de William Barclay: “Para lograr la muerte de Jesús, los judíos negaron todos sus principios. Llegaron hasta el colmo cuando dijeron: «¡No tenemos más rey que el César!» Samuel le había dicho al pueblo de Israel que Dios era su único Rey (1S 12:12). Cuando le ofrecieron la corona a Gedeón, contestó: «Ni yo seré el que os gobierne, ni mi hijo; el Señor será el único que os gobernará» (Jue 8:23). Cuando los romanos llegaron por primera vez a Palestina, tomaron un censo para organizar los impuestos que tendrían que pagar como pueblo sometido; y se produjo la rebelión más sangrienta, porque los judíos insistían en que Dios era su único Rey, y a Él sería al único que pagarían tributo. Cuando el líder judío proclamó ante Pilato: «¡No tenemos más rey que el César!» fue la más alucinante volte face de la Historia. El solo oírlo debe de haber dejado a Pilato sin aliento, y seguramente se los quedaría mirando medio alucinado y medio divertido. Los judíos estaban dispuestos a renegar de todos sus principios con tal de eliminar a Jesús. Es un cuadro horrible. El odio de los judíos los convirtió en una enloquecida chusma de fanáticos y frenéticos vociferadores. En su odio olvidaron toda misericordia, todo sentido de proporción, toda justicia, todos sus principios, hasta a Dios. Nunca en toda la Historia de la humanidad se mostró más claramente la locura del odio.” (Comentario de Jn 18:28-19:26, William Barclay[4]).

En sus corazones, y en forma individual, los judíos ya habían renunciado al Mesías-Rey, pero se amplía el rechazo en forma nacional cuando ellos presentan al Mesías ante el Sanedrin (el máximo tribunal que representaba la nación judía), y luego ante Pilato (representante del imperio romano en Palestina), y expresan a viva voz: “no tenemos más rey que el Cesar”. Simplemente la nación pronuncia su propia sentencia de muerte y destrucción. De esa forma la nación de Israel rompió el pacto, se desligó de Dios, de su Mesías, y por ende de su Reino. En la actualidad, cualquier israelita que en forma individual se convierta a Jesucristo, entra a formar parte del Reino de Dios, pero Israel como nación ya no puede volver a entrar a ser portador del Reino porque este fue dado a otra nación: La iglesia universal o cuerpo de Cristo: Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. (1Co 12:27).

De manera que en la actualidad, Israel es una nación igual que cualquier otra, con sus gobernantes, parlamento y leyes, pero sin los privilegios que tenia en la antigüedad, cuando el Reino de Dios estaba en ella. La nación de Israel ya no es ese “especial tesoro” de Dios de tiempos antiguos: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.” (Éx 19:5). Si analizamos esta cita bíblica veremos que esta es una promesa condicionada como casi todas las promesas de Dios. Le dice a la nación que si oyen su voz y guardan su pacto, entonces serán su especial tesoro por encima de todas las naciones del mundo. Pero, al contrario, se infiere que si no dan oído a su voz ni guardan su pacto, entonces no podrían ser ese especial tesoro de Dios. Esto se aclara un poco más con las siguientes citas:

“Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn 10:26-27)

Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre…. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre…. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” (Jn 8:38, 41, 43, 44) DG




[1] Nerón, Quinto emperador de Roma (Hch 25:12; 26:32; Fil 4:22). Hijo adoptivo de Claudio, accedió al trono haciendo envenenar a su medio hermano Británico. Nerón fue un hombre que en el inicio de su reinado se presentó de una manera moderada y prudente, pero que después reveló un carácter sanguinario y cruel. En el año décimo de su reinado, el 64 d.C., estalló el gran incendio de Roma, que destruyó casi completamente tres de los catorce distritos de la ciudad; se acusó al emperador de que él había sido quien había dado la orden de provocar el incendio. Para disculparse, Nerón acusó a los cristianos, condenando a gran número de ellos a suplicios atroces. La tradición señala que Pablo y Pedro estuvieron entre los mártires. Nerón es el «león» de 2Ti 4:17. Abandonado por sus tropas y sabiéndose perdido, se quiso suicidar, pero, no consiguiéndolo, pidió a uno de sus defensores que lo rematara. Nerón murió en el año 68 d.C., en el año catorce de su reinado, y a los treinta y dos años de edad. DBVE
[2] Israel. Se han usado distintos nombres para describir el territorio dentro del cual ocurrió la mayoría de los sucesos bíblicos. El nombre más antiguo, Canaán (Gn 10:19; 12:6), se deriva del pueblo que originalmente lo ocupó, los cananeos. Más adelante, Dios dio esta tierra a su pueblo escogido, Israel, y fue llamada por ese nombre. Después de la muerte de Salomón, la nación se dividió en las diez tribus del norte que retuvieron el nombre Israel (o Efraín) y el reino del sur que se llamó Judá. Años más tarde los romanos dividieron el territorio en las provincias de Judá, Samaria y Galilea. Finalmente, alrededor del siglo V d.C., la tierra de la Biblia fue llamada Palestina, palabra que originalmente significaba “tierra de los filisteos” y que se refería al pueblo que una vez viviera a lo largo de la costa sudeste. La arqueología ha demostrado que esta tierra fue poblada en los tiempos más primitivos. Jericó, por ejemplo, es la ciudad más antigua del mundo que ha sido habitada continuamente hasta el día de hoy. MH
[3] Pilato. Poncio Pilato era romano, de la orden ecuestre, o sea la clase media alta; no se conoce su praenomen, pero su nomen, Poncio, sugiere que era de origen samnita, y su cognomen, Pilato, puede haber provenido de antepasados militares. Poco sabemos de su carrera antes del año 26 d.C., pero en ese año (véase P. L. Hedley en Journal of Theological Studies 35, 1934, pp. 56–58) el emperador Tiberio lo nombró quinto praefectus (heµgemoµn, Mt 27:2, etc.; el mismo título se aplica a Félix en Hch 23 y a Festo en Hch 26) de Judea. En 1961 se encontraron pruebas de este título en una inscripción en Cesarea, y E. J. Vardaman (JBL Journal of Biblical Literature 88, 1962, pp. 70) piensa que se empleó este título en los primeros años de Pilato, pero que fue remplazado por el de procurator (el título usado por Tácito y Josefo) posteriormente. De acuerdo con un cambio de política del senado (en 21 d.C., Tácito, Anales 3. 33–34) Pilato llevó consigo a su esposa (Mt 27:19). Como procurador ejerció un control total sobre la provincia, y estuvo a cargo del ejército de ocupación (1 ala—alrededor de 120 hombres—de caballería, y 4 ó 5 cohortes—entre 2.500–5.000 hombres—de infantería) apostado en Cesarea, con una guarnición en Jerusalén en la fortaleza Antonia. El procurador tenía plenos poderes de vida y muerte, y podía dejar sin efecto sentencias capitales decretadas por el sanedrín, que tenía que pedirle su ratificación. También nombraba a los sumos sacerdotes, y controlaba el templo y sus fondos: hasta las vestiduras del sumo sacerdote se hallaban bajo su custodia, y solamente se les dejaba llevarlas durante las festividades, época en la que el procurador residía en Jerusalén y traía tropas adicionales para patrullar la ciudad. NDBC
[4] Libro Palabras Griegas del Nuevo Testamento, de William Barclay

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